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La impulsividad y la conducta agresiva

Los actos y las decisiones impulsivas forman parte de la vida cotidiana de las personas, y como resultado, pueden acarrear consecuencias positivas o negativas (por ejemplo, el actuar impulsivamente frente un momento de miedo e indecisión puede acercarnos a una gran oportunidad, pero también puede conllevar un resultado desastroso del que nos podemos arrepentir) como una conducta agresiva.

Esta semana, Yolanda Segovia, psicóloga colaboradora del INSTITUT D’ASSISTENCIA PSICOLOGICA I PSIQUIATRICA MENSALUS, nos habla sobre la impulsividad disfuncional y la agresividad que muchas veces va relacionada.

Dickman observó que la conducta impulsiva no siempre estaba vinculada a consecuencias negativas, sino que, en determinadas condiciones, las personas consideradas impulsivas rendían mejor que las no impulsivas.  Este autor definió la impulsividad como la tendencia a recapacitar menos que la mayoría de la gente con iguales capacidades antes de realizar una acción.  En 1990, distinguió dos tipos de impulsividad: la impulsividad funcional y la impulsividad disfuncional.

La impulsividad funcional consiste en una tendencia a tomar decisiones rápidas cuando la situación implica un beneficio personal, lo que supone un proceso de toma de decisiones con riesgo calculado;  por el contrario, la impulsividad disfuncional, está relacionada con la tendencia a tomar decisiones rápidas e irreflexivas en situaciones en las que esta estrategia no es óptima, con consecuencias negativas para la persona.

 

¿Qué relación existe entre la impulsividad y la agresividad?

A lo largo de la historia, han sido numerosos los autores que han definido la impulsividad y la agresividad.  La diversidad de estudios ha generado un amplio debate entre investigadores y clínicos a la hora de establecer la relación entre ambas, no resultando posible aportar una única definición.  La impulsividad y la agresividad constituyen rasgos de la personalidad estrechamente relacionados.  La impulsividad, en ocasiones, puede dar lugar a conductas agresivas, estimándose la impulsividad como uno de los predictores más significativos de la agresividad.

 

¿Qué entendemos por impulsividad?

Desde el punto de vista psicológico, un impulso se definiría como la facilidad efusiva o impetuosa hacia un determinado modo de actuación, ya sea con el fin de disminuir la tensión generada por la aparición de un deseo, o por el descenso de autocontrol.  En 1997, Logan definió a las personas impulsivas como aquellas que tienen dificultades para inhibir un comportamiento.

La conducta impulsiva en los seres humanos se expresa con características como la impaciencia, la constante búsqueda del riesgo y el placer, la necesidad de recompensa inmediata, la dificultad para analizar las consecuencias de los propios actos, y la agresividad (Evenden, 1999), así como con la falta de habilidad para detenerse, la dificultad para inhibir conductas motoras, el escaso juicio, las dificultades en la planificación, la anticipación de resultados desfavorables, y la falta de autocontrol.

 

¿La impulsividad también puede ser un recurso?

Podríamos distinguir entre una conducta impulsiva necesaria o funcional y una conducta impulsiva disfuncional.  La primera estaría presente en personas muy aventureras, activas y rápidas en el procesamiento de la información.  La segunda se expresa de forma preponderante, asociada a respuestas descuidadas o poco reflexivas que tienen consecuencias negativas para la persona.  Por otro lado, también existe una conducta impulsiva disfuncional patológica presente en determinados trastornos psicológicos y psiquiátricos tales como los trastornos de la conducta alimentaria, el abuso de sustancias, el trastorno por déficit de atención, el trastorno bipolar o algunos trastornos de personalidad, como el límite o el antisocial.

 

¿Qué factores influyen en la aparición de la impulsividad y la agresividad?

En cuanto a los factores que influyen en la aparición de la impulsividad, consideramos a la persona como un ser holístico en el que entran en juego variables biológicas, psicológicas y sociales.

Por otro lado, es importante valorar si el comportamiento impulsivo es transitorio o se trata de un estado permanente de la persona.  Se observan numerosas propuestas que enfatizan en el aprendizaje medioambiental de este comportamiento, estableciendo que la conducta impulsiva aparece como resultado de la observación y la imitación de un modelo agresivo.

Si atendemos al ambiente familiar, encontraremos investigaciones que establecen una estrecha relación entre el estilo educativo impartido en el contexto familiar y el desarrollo de las conductas adoptadas por el niño, estimando que las características familiares actuarían como variables precursoras de la agresividad infantil y la vulnerabilidad emocional del individuo en crecimiento.  Siguiendo esta línea de exploración, la observación de modelos agresivos influiría de forma negativa en la personalidad en desarrollo, generando baja autoestima, temor a las relaciones con otros individuos, bajo estado de ánimo, dificultad en la expresión de emociones, indefensión o bajo rendimiento escolar.

En el crecimiento de cualquier persona queda clara la influencia que ejerce el contexto familiar, pero no podemos descuidar la interacción social que se produce en el ámbito escolar o laboral y la incidencia que cada medio tiene en nuestro desarrollo personal, siendo necesaria la prevención e intervención en todos y cada uno de los ámbitos desde un punto de vista interdisciplinar.

¿De dónde procede la agresividad?

Respecto a la agresividad, existen igualmente diversas perspectivas teóricas, en función de si se considera un factor innato relacionado con el instinto,  o un factor de origen externo y, por tanto, atribuible a la influencia de aspectos psicosociales o de aprendizaje.  Igual que ocurre con la impulsividad, son muchos los estudios que otorgan un papel importante a la influencia del contexto, tanto en su aparición como en el mantenimiento de las conductas agresivas.

Así pues, en este tipo de conductas alteradas, observamos la influencia de factores familiares, tales como la situación socioeconómica, la negligencia de los padres en la educación de sus hijos, los conflictos de pareja a los que se expone al menor, las interacciones paterno filiales y/o las pautas de disciplina, entre otros.  Aún así, no debemos olvidar la existencia de factores biológicos (hay pruebas que implican circuitos y áreas cerebrales específicas en la conducta violenta) determinantes, así como factores psicosociales que también juegan un papel importante.

 

¿Cómo se exterioriza la agresividad y cuál es su finalidad?

La agresividad, entendida como una determinada reacción ante un estímulo que interpretamos como amenazante, puede ser un comportamiento adaptativo incluso necesario para la propia supervivencia.  Aún así, la situación puede convertirse en problemática cuando la incapacidad para controlar los impulsos facilita la explosión indiscriminada de ira y de reacciones violentas con sus consecuentes efectos negativos.  Estos comportamientos afectan tanto a la persona que actúa de forma agresiva, como a su entorno.

La conducta agresiva pretende proteger los derechos, pensamientos, opiniones o emociones de la persona que la lleva a cabo, pero de forma inapropiada, vulnerando los derechos de los demás y buscando la dominación a través de la  degradación de otras personas.

La agresividad siempre es un comportamiento violento, pero la forma en que se expresa no es necesariamente mediante actos físicos, también el lenguaje verbal y corporal deben tenerse en cuenta como comportamientos agresivos.  Es importante observar si, al comunicarnos, las palabras que utilizamos, el tono de las mismas y los gestos empleados, intimidan o generan en otras personas sentimientos de miedo, culpa o vergüenza.

Es necesario conocer los factores de riesgo de las conductas agresivas, así como los aspectos individuales, familiares y socioculturales predictores de la violencia, para poder así reconocer estos comportamientos en cualquiera de sus expresiones, con el propósito de prevenir e intervenir evitando daños personales, un mayor impacto social e implicaciones legales que tanta preocupación generan en nuestra sociedad.

 

¿Cómo es la intervención psicológica en el tratamiento de la impulsividad y la agresividad?

Teniendo en cuenta que, en función del marco teórico, se pueden observar diferencias en el abordaje y tratamiento psicológico de los trastornos del control del impulso, los comportamientos impulsivos disfuncionales y las conductas agresivas, los profesionales de la psicología podemos facilitar recursos que permitan mejorar la autoestima, la asertividad, las habilidades sociales o el autocontrol emocional, así como el entrenamiento en técnicas de relajación.

La intervención psicológica se realiza a varios niveles:

  • Cognitivo

    • Incidiendo sobre los pensamientos de la persona podremos observar cambios conductuales significativos.  Ayudando al paciente a identificar y corregir creencias disfuncionales o pensamientos irracionales, facilitaremos la generación de respuestas alternativas en la resolución de conflictos.
  • Conductual

    • A este nivel se facilitan técnicas con el fin de disminuir la conducta, como por ejemplo la técnica del “tiempo fuera”, retirando a la persona del medio que ha propiciado la conducta no deseada, alejándola así del contexto que refuerza el comportamiento que queremos evitar.
  • Emocional

    • Finalmente, a este nivel, se identifican los indicadores emocionales que preceden la aparición de la conducta violenta.  Reconocer dichos indicadores servirá al individuo para anticiparse y evitar la pérdida de control.  Además, no hay que olvidar el trabajo para mejorar la expresión emocional, proporcionando recursos con el objetivo de conocer los propios sentimientos para así poder manejarlos adecuadamente.

 

¿Qué tipo de formato se utiliza?

En el proceso psicoterapéutico de la impulsividad y la agresividad puede utilizarse una intervención a nivel individual, grupal, familiar o combinado.  El profesional propondrá el tipo de formato en función de las características individuales del paciente y la sintomatología que éste presente.  El comportamiento agresivo surge de la interacción entre personas, por tanto, la intervención grupal puede resultar muy beneficiosa, dado que la participación en grupo ya requiere de la aceptación de unas normas y el entrenamiento en tolerancia y respeto ante las opiniones de los demás componentes del mismo.

 

¿Es necesario combinar la psicoterapia con un tratamiento farmacológico?

Considerando que, con cierta frecuencia, la conducta impulsiva se encuentra asociada al trastorno bipolar, los trastornos psicóticos, el abuso de sustancias, el juego patológico o los trastornos de la conducta alimentaria, es preciso considerar la necesidad de un tratamiento farmacológico y por ello, las actuaciones terapéuticas coordinadas con psiquiatría.

Muchas gracias Yolanda.

Entrevista realizada por Mª Teresa Mata.

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