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Esta semana, el equipo del INSTITUT D’ASSISTENCIA PSICOLOGICA I PSIQUIATRICA MENSALUS, reflexiona sobre la importancia de valorar el conflicto constructivo como un elemento de cambio y recuerda las consecuencias de evitarlo permanentemente.

“Evitamos el conflicto porque no conectamos con aquello que podemos ganar”.

El conflicto introduce el cambio”.

“El conflicto constructivo estimula, transforma, promueve la conciencia en sí. Moviliza aspectos que se daban por supuesto y ofrece la oportunidad de experimentar nuevas tesituras que contribuyen al crecimiento personal”.

¿Qué consecuencias tiene la evitación permanente del conflicto?

Para empezar debemos diferenciar entre el conflicto constructivo (aquel que proporciona beneficios a partir de la creación de nuevos escenarios) y el conflicto destructivo (el que genera una situación de sufrimiento en la que nada suma, al contrario).

En realidad, cuando escuchamos la palabra “conflicto” rápidamente conectamos con los aspectos negativos, difícilmente pensamos en las posibles ganancias. Esto ya nos sitúa en una posición de escape o de ataque (evitar o destruir). Por ello, el primer punto importante es comprender que todos los implicados tienen una parte de responsabilidad y este hecho les capacita para participar y poner un límite cuando lo deseen. Recordar esta responsabilidad, de entrada, ya ofrece cierta capacidad de control y seguridad.

La evitación permanente del conflicto otorga al individuo un “regalo envenenado”. Esquiva la incomodidad pero le coloca en una posición de clara desventaja: la posición en la que no se activan mecanismos ni recursos. Es la posición del pasivo, la de aquel que permanece inactivo dejando que las cosas ocurran sin su intervención.

El resultado de la inacción es el sentimiento de incapacidad y, con ello, el temor a encontrar nuevos conflictos. Un bucle que cierra las puertas a nuevas experiencias y limita el aprendizaje y el desarrollo personal.

 

¿Cómo podemos entender el conflicto?

Para empezar, discutir el conflicto ayuda a que las partes implicadas sean más conscientes de aquella realidad.

El conflicto forma parte de nuestras vidas. Tenemos que entenderlo como un fenómeno existente en todo contexto interpersonal, es un proceso inherente a las relaciones sociales. El conflicto es universal, convive en todas las culturas, personalidades, edades, etc.

 

Hablando en términos constructivos, ¿hacia dónde nos conduce el conflicto?

El conflicto introduce el cambio, crea un nuevo escenario, una nueva visión del aquí y ahora:

Es un proceso dinámico, sujeto a la permanente alteración de todos sus elementos. A medida que se desarrolla su devenir cambian las percepciones y las actitudes de los actores que, en consecuencia, modifican sus conductas, toman nuevas decisiones estratégicas sobre el uso de los recursos que integran su poder y, a menudo, llegan a ampliar, reducir, separar o fusionar sus objetivos”. Entelman (2002).

El resultado es un cambio a nivel personal e interpersonal. Todos los implicados llevan a cabo planteamientos que generan una nueva linea de pensamiento (independientemente de cuál sea el acuerdo final o el no acuerdo). Siempre existe una reflexión que exige un esfuerzo individual.

 

¿Y qué más nos aporta este cambio?

El conflicto estimula, transforma, promueve la conciencia en sí. Moviliza aspectos que se daban por supuesto y ofrece la oportunidad de experimentar nuevas tesituras que contribuyen al crecimiento:

Es una construcción social, una creación humana, diferenciada de la violencia (puede haber conflictos sin violencia, aunque no violencia sin conflicto), que puede ser positivo o negativo según cómo se aborde y termine, con posibilidades de ser conducido, transformado y superado” (Fisas, V. 2001).

El conflicto reafirma los valores, flexibiliza el pensamiento y aumenta la capacidad de adaptación.

Desde una visión psicoeducativa, ¿qué ganamos al flexibilizar el pensamiento?

El conflicto ofrece opciones hasta el momento inexistentes en ese contexto, por ello la persona experimenta nuevas posiciones y sale de “zonas de confort” mentales. Todo ello estimula la capacidad de gestión (si me veo envuelto en nuevos escenarios, por fuerza, desarrollo nuevos recursos) y alimenta la capacidad resolutiva.

Así pues, el conflicto pone de manifiesto habilidades que, sin su aparición, no hubiésemos puesto en marcha del mismo modo.

 

¿Qué otras reflexiones pueden ayudarnos a la hora de plantear nuestra actuación ante un conflicto?

El conflicto es constructivo cuando, como dice la palabra, construye y suma.

En este sentido, aquellas personas que temen el conflicto es importante que creen un discurso desde el que experimenten la capacidad por mostrar desacuerdo de un modo inteligente y enriquecedor.

Hablamos de un discurso que aborde el conflicto a través del interés por conocer qué piensa el otro en lugar de hacerlo exclusivamente desde la defensa. Este hecho ayuda a disfrutar de una posición tanto de observador como de locutor, y a disminuir la ansiedad fruto del enfrentamiento.

 

Desde la psicoterapia, ¿cómo se trabaja este discurso inteligente y enriquecedor?

Los conflictos se relacionan con la satisfacción de las necesidades. El primer paso es que la persona conecte con las suyas (la evitación del conflicto muchas veces silencia las propias necesidades) al mismo tiempo que recupere sus derechos asertivos (aquellos derechos que le recuerdan que puede salir de la inacción y poner límites cuando lo necesite).

El discurso se convierte en inteligente cuando aporta datos sobre el sistema de pensamientos y sentimientos del individuo (información que muchas veces queda oculta). Hablar desde el “yo siento” ayuda a establecer un feedback emocional útil. El discurso está vacío cuando se centra únicamente en los hechos visibles y queda destruido cuando se alimenta de los constantes ataques.

Desde la Psicoterapia ayudamos al paciente a conectar con sus necesidades y derechos a partir de ejercicios que evocan creencias y valores (por ejemplo, las cartas asociativas) . Paralelamente, gestionamos aquellas emociones que monopolizan el discurso (por ejemplo el miedo) y aumentamos la motivación por comunicar recordando que todos jugamos un papel importante en el sistema.

Concretamente, la técnica del role-playing es la que entrena todo el trabajo elaborado sesión tras sesión y aproxima al individuo hacia la acción. La representación en vivo del discurso le demuestra las posibles ganancias y le empodera para seguir creando nuevos diálogos.

M.ª Teresa Mata

 

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