“Aquellas creencias relacionadas con la autoexigencia (“debo cumplir con”), en ocasiones, nos hacen tomar un exceso de responsabilidad que no nos permite decir no”.
En la siguiente entrevista, Mª Teresa Mata, psicóloga colaboradora del INSTITUT D’ASSISTENCIA PSICOLOGICA I PSIQUIATRICA MENSALUS, nos habla sobre los principales motivos por los cuales nos cuesta especialmente decir no.
Decir no muchas veces resulta complicado, ¿por qué?
En toda decisión existe una renuncia y una ganancia. Dependiendo del significado y valor que demos a la “pérdida” nos resultará más o menos sencillo decidir. Si esto lo trasladamos a la comunicación asertiva, puede que nos resulte difícil decir no por miedo justamente a esta pérdida implícita en toda elección.
Así pues, la inseguridad ante las decisiones muchas veces está relacionada con el miedo a perder algo y, por ello, se evita la renuncia, se evita el decir no (“Preferiría no ir pero temo que se enfaden conmigo”).
¿Qué temores entran en juego cuando queremos decir no?
Por ejemplo, el miedo a no ser aceptados. El temor al rechazo provoca que no nos planteemos nuestras necesidades y nos entreguemos a los deseos del otro. Pensamientos más o menos conscientes que giran entorno a ideas como las que mostramos a continuación son un ejemplo:
“He dicho que sí por miedo a disgustarle”.
“No me atrevo a decir que no voy a la cena, puede que luego no me traten igual”.
“Si digo que no quiero, ¿qué pensarán de mí?”.
Desconocemos la reacción del otro, qué puede pensar y sentir, y si auguramos que su respuesta nos dejará en mal lugar, resulta complicado que nos enfrentemos al NO.
Es curioso. Parece que por velar por nuestros intereses tuviésemos que pagar un precio demasiado alto (caer mal, que se enfaden con nosotros, etc.). Ahora bien, estos pensamientos surgen de forma automática y no siempre responden a la realidad. En otras palabras, damos por sentado que la otra parte se disgustará, reaccionará mal y/o saldremos perdiendo, pero quizás no es así.
¿Es por ello que muchas veces el “sí” aparece sin previa meditación?
Exacto. Por “miedo a” puede que no conectemos con nuestras necesidades y demos un “sí” impulsivo y poco reflexivo que no mire por nuestros intereses (“Sí, vengo a la cena, por supuesto (aunque ese día llego de un viaje y preferiría quedarme en casa)”.
En ocasiones el hecho de dar una buena imagen y agradar va asociado al hecho de responder rápidamente. Lamentablemente, cuando esto sucede repetidamente, nuestra autoestima se ve afectada. Así mismo, en aquellos casos en los que aparecen sentimientos de incapacidad y/o falta de libertad (“no puedo hacer aquello que me gustaría (quedarme en casa)”), el malestar aumenta notablemente.
¿Por qué otros motivos no decimos “no”?
Por ejemplo, por temor a perder una oportunidad única, un tren que no volverá a pasar. En realidad, la vida es dinámica, cambia constantemente, y esto es algo que, cuando existe el temor a perder, no tenemos en cuenta.
Por otro lado, el querer abarcar demasiado sin pensar en el desgaste físico y emocional que conlleva, es otro de los errores que cometemos. “Podré con todo” o “tengo que poder” (para los más exigentes) muestra poca empatía con uno mismo.
El sentimiento de “yo puedo con todo” también está relacionado con el de “los demás me necesitan”. Sí, es cierto, los demás nos necesitan, pero necesitan que estemos bien. Así mismo, este tipo de mensajes a veces guardan una estrecha relación con la gratificación (“me hace sentir bien evidenciar que soy imprescindible”).
¿Podrías hablarnos un poco más del exceso de responsabilidad y de la dificultad por poner límites?
Cuando hablamos de exceso de responsabilidad nos referimos a aquella responsabilidad que tomamos y, conforme pasa el tiempo, nos genera un malestar que no nos permite funcionar bien en una o más áreas de nuestra vida.
La respuesta de muchos puede ser: “el problema es que no puedo decir no, no depende de mí”. Bien, si esto ocurre (por ejemplo, en el contexto laboral creemos que no podemos decir no a un exceso de trabajo) y sentimos el malestar fruto de arrastrar tanta carga, sí está en nuestras manos gestionar el exceso de peso.
¿Cómo hacerlo? Por ejemplo, valorando en qué contextos tomamos una responsabilidad que es posible delegar (“hasta ahora yo me encargaba de recoger a los niños pero le pediré a mi marido que sea él quien lo haga”), y en qué otros sería conveniente decir no y no lo hacemos (“estoy muy cansado y prefiero quedarme en casa. Les diré que no voy a la cena”).
Antes comentabas que el exceso de responsabilidad está muy relacionado con la autoexigencia. ¿Cómo se puede trabajar este aspecto en psicoterapia?
Antes anunciábamos que aquellas creencias relacionadas con la autoexigencia (“debo cumplir con” ) nos hacen tomar un exceso de responsabilidad. En estos casos, los pensamientos autoexigentes y el “no” entran en conflicto, por ello es habitual que se genere un sentimiento de culpa si no asumimos la responsabilidad.
En psicoterapia detectamos y analizamos la voz autoexigente y valoramos si los pensamientos que la conforman dejan al individuo en buen lugar. Cuando realizamos este trabajo descubrimos mensajes tipo “no hago suficiente”, “tendría que”, “debo cumplir con”, etc. Aquí el trabajo psicoterapéutico tiene por objetivo ampliar la visión del mundo de aquella persona.
¿Y cómo lo hace?
Un ejercicio que persigue este objetivo es el de “la voz amiga”. El paciente adopta el rol de buen amigo y, con la ayuda del terapeuta y un espejo, toma distancia de su problema y se ofrece consejos más objetivos. Este ejercicio rompe con la “voz machacante”, plantea nuevos escenarios y genera pensamientos que valoran el esfuerzo y los intereses del paciente.
Muchas gracias Mª Teresa.