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El conflicto como elemento constructivo

“Un conflicto existe cuando ocurren actividades incompatibles. Una actividad incompatible impide la posibilidad o eficacia de una segunda actividad” (M. Deutsch 1973).

 “Un conflicto es el proceso que comienza cuando una parte percibe que la otra afecta negativamente o está próxima a afectar negativamente a algo que le concierne” (K. Thomas 1992).

“Entendemos conflicto como divergencias percibidas de intereses, o una creencia de que las aspiraciones actuales de las partes no pueden ser alcanzadas simultáneamente” (Rubin, Pruitt y Hee Kim, 1994).

En la siguiente entrevista, Mª Teresa Mata, psicóloga colaboradora del INSTITUT D’ASSISTENCIA PSICOLOGICA I PSIQUIATRICA MENSALUS, nos habla sobre la realidad del conflicto interpersonal y la necesidad de su existencia.

¿Los conflictos tienen alguna parte positiva?

Cuando hablamos de conflicto, pensamos en algo negativo que habría que evitar. Relacionamos este concepto a nivel socioeconómico con desestructuración y guerras. A nivel personal con trifulcas, enfados y problemas de entendimiento, así como angustia y malestar. Si revisamos algunos de los significados que contempla el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, en la primera de sus definiciones, el conflicto es descrito  como “combate, lucha, pelea”, en la segunda como “enfrentamiento armado”, en la tercera como “apuro, situación desgraciada y de difícil salida”, y en la cuarta como “problema, cuestión, materia de discusión”.  Así pues, observamos una connotación aparentemente negativa en casi todas las definiciones.

Aún así, desde la psicoterapia consideramos que el conflicto sí tiene una parte positiva e imprescindible que nos ayuda a crecer y madurar. El conflicto es un elemento existente e inevitable en  todas las relaciones sociales, el conflicto aparece, aunque nos resulte extraño escucharlo, cuando existen vías de comunicación (si no existe ningún tipo de comunicación, tampoco existe posibilidad de que surja el conflicto).  El problema se presenta cuando éste adopta un camino destructivo en lugar de constructivo.  Por ello, la cuestión no es eliminar el conflicto, sino saber asumir dichas situaciones conflictivas y enfrentarse a ellas con los recursos suficientes para que todos los implicados maduren con la experiencia; el conflicto tiene muchas funciones y valores positivos.

¿Cuáles son estas funciones?

Entre muchas de sus funciones, el conflicto estimula el interés de las partes que han entrado en discusión. Evita que éstas se estanquen e impulsa el cambio personal y social, ayudando paralelamente a establecer identidades individuales, de pareja o grupales.  Por otro lado, el conflicto que sigue un camino constructivo, facilita la integración de recursos personales que colaboran en buscar nuevos modos de responder a los problemas, mejorar las relaciones a distintos niveles, y por supuesto, realizar un trabajo de introspección, es decir, una mirada hacia el interior para conocernos mejor; el autoconocimiento es un recurso esencial si deseamos buscar soluciones y realizar cambios de cualquier tipo.

¿Cómo nos ayudan los aspectos constructivos del conflicto?

Discutir los conflictos hace que las personas implicadas sean más conscientes y capaces de resolver los problemas; tal y como decíamos, el conocimiento (tanto de uno mismo como de los demás y de la situación), es esencial para promover cambios.  El conflicto que sigue un camino constructivo introduce nuevas vías de adaptación a la realidad del día a día. Además de fortalecer la relación existente entre las personas que han entrado en discusión.  Para terminar, es importante señalar que el conflicto abre una puerta a la reflexión sobre lo sucedido, de ahí que se dé un cambio; la reflexión desencadena nuevos modos de actuación más funcionales.

¿Los conflictos siguen algún esquema o “modus operandi”?

El conflicto sigue toda una serie de fases que hacen que describamos un ciclo para comprender cómo éste aparece y desaparece.  Por supuesto, el ciclo tal y como estamos señalando desde el inicio de la entrevista, puede ser constructivo o destructivo.

Desglosar el conflicto en fases nos ayuda a conocer cómo éste transcurre y realizar una revisión del mismo si el resultado final no nos satisface.

La primera fase del ciclo es la de actitudes y creencias.  Las actitudes y creencias afectan al modo en que respondemos cuando ocurre un conflicto.  Éstas tienen su origen en diversas fuentes tales como mensajes que hemos recibido en la infancia sobre cómo se desarrollan los conflictos, modelos de conducta que hemos observado de los padres o profesores, actitudes y conductas vistas en televisión, etc.

En el siguiente paso del ciclo, el conflicto sucede.  El conflicto es un proceso existente en las relaciones sociales sean del tipo que sean, es inevitable en todo contexto relacional.  Por ejemplo, podemos observarlo entre hermanos cuando desean un mismo juguete, entre niños en el patio del colegio, en el matrimonio cuando se confrontan opiniones distintas, o entre países cuando existen X intereses; es un fenómeno universal.

La tercera fase del ciclo es la respuesta.  La respuesta es el punto en que empezamos a actuar.

Debemos destacar que, en ocasiones, respondemos de la misma manera ante distintas situaciones sin importar cuál es el conflicto en cuestión.  Estas reacciones pueden decir mucho sobre nosotros mismos y sobre nuestros patrones de actuación en situaciones de conflicto; conocerlas nos ayudará a valorar nuestro sistema de creencias y posibilitará realizar pequeños cambios más adaptativos que promuevan otros tipos de respuesta.

Y la cuarta y última fase es el resultado.  Según el resultado, podremos valorar si nuestro sistema de creencias nos ayuda o no, y si la respuesta que hemos dado es o no funcional y adaptativa.  En definitiva, el resultado nos informará si la experiencia ha sido constructiva o destructiva.

A veces, el resultado es el propio mantenimiento del conflicto, sin que surjan cambios que ayuden a salir de él.

¿Por qué motivos puede mantenerse el conflicto?

Para romper el patrón que nos mantiene en el conflicto y resolverlo de una manera productiva, primero necesitamos tomar conciencia de las creencias y respuestas que dificultan una experiencia constructiva; la reflexión tal y como decíamos es esencial.

Por otro lado, en ocasiones, el conflicto cumple alguna función en el sistema donde aparece (matrimonio, familia, trabajo, etc.).  Una de las primeras tareas es entender cuál puede ser esa función. Puede que se mantenga un conflicto, por ejemplo con un miembro de la familia, por miedo a la reacción de otro miembro.

Cuando las personas parecen estar atascadas en conflictos, muchas veces, están actuando por temor a que se desencadene otro resultado peor y, por ello, mantienen el problema.  La ausencia de conflictos puede ir acompañada de temor al aislamiento y a la pérdida de contacto (con la persona o personas con las que existe el problema),  o temor al cambio y al terreno desconocido.

Por ejemplo, los miembros de una familia que mantienen un conflicto pueden temer que, para abordar X cuestiones, sea necesario sacar a la luz temas tabúes y, al reabrir antiguas cicatrices o secretos vergonzosos, se produzca un rechazo por parte de los demás, se establezca un distanciamiento que conduzca al quebrantamiento de la unidad familiar, e incluso tenga lugar algún tipo de catástrofe peor (por ejemplo: “papá y el abuelo dejarían de hablarse”, “mamá caería en una profunda depresión”, etc.).

El trabajo que realizamos en psicoterapia centrado en la resolución de conflictos, entre otras cosas, intenta permitir a los miembros de la familia, exponer sus temores y liberar la ansiedad y el malestar que acompañan al silencio, para poder así examinar y sopesar la situación con el fin de buscar otras vías de solución.

Muchas gracias Mª Teresa.

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