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“Estamos inmersos en una crisis de pareja”: objetividad sobre el conflicto

197- Crisis de pareja-MTMata_14683126_sEstar inmerso en una crisis amorosa puede hacer perder la objetividad e impedir encontrar los puntos clave para llegar a una solución.  Emociones y pensamientos generados tras un periodo de sufrimiento generan respuestas defensivas, más o menos conscientes, que impiden a la pareja tener una buena comunicación.

Además, dichas conductas defensivas prolongadas en el tiempo generan cambios en el sistema familiar que, incluso, pueden llegar a afectar a los más pequeños; los niños manifiestan el síntoma silencioso del conflicto.

En la siguiente entrevista, Mª Teresa Mata, psicóloga colaboradora del INSTITUT D’ASSISTENCIA PSICOLOGICA I PSIQUIATRICA MENSALUS, nos habla sobre las consecuencias emocionales y funcionales cuando una crisis de pareja se convierte en un estado permanente en lugar de un estado circunstancial.

 

 

Cuándo hablas de “estado de crisis permanente”, ¿a qué te refieres?

Podemos diferenciar entre crisis de pareja circunstanciales y crisis que se convierten en el “modo de vida” de la pareja.

En el primer caso, un hecho externo, un aspecto personal o familiar, un conflicto, etc., afecta a la pareja durante un periodo de tiempo concreto (Ej.: “los últimos 6 meses, desde que le echaron del trabajo, estamos pasando por una crisis de pareja”).

En el segundo caso, el malestar se ha convertido en una rutina de larga duración.  A la pareja le resulta difícil identificar qué está sucediendo, cuándo empezó el malestar o, qué aspectos lo generaron.  Habitualmente, un hecho conlleva otro, y la pareja entra en una dinámica en la que el malestar retroalimenta su funcionamiento.  El resultado son conductas que se trasladan a la totalidad del sistema.

 

Llegados a este punto, ¿cómo la pareja puede tomar una posición más objetiva a la hora de solucionar el conflicto?

A veces, sin ayuda externa, esto resulta imposible.  Cada miembro vive desde el dolor y el distress psicológico que le ha generado la crisis emocional y, dicho malestar, tal y como comentábamos, se traslada al funcionamiento global de la pareja.

Es entonces cuando la respuesta al distress se ve reflejada en acciones y conductas que implican, incluso, a otros miembros de la familia (Ej.: a los hijos).  Estas conductas son más o menos conscientes y afectan de un modo más o menos directo (Ej.: hablar desde el reproche, mostrarse impulsivo y agitado, dejar de compartir momentos en familia y realizar actividades por separado, etc.).

Muchos padres llegan a consulta preocupados por respuestas que manifiestan sus hijos (“mi hijo está siempre distraído, le hablamos y no presta atención”) y, tras realizar un análisis conjunto, descubrimos que el malestar de la pareja y los cambios en casa han generado las respuestas del hijo.

 

¿Cómo se realiza dicho análisis de la situación en el marco de la psicoterapia?

Para empezar, tomando una posición más objetiva.  Desde la psicoterapia permitimos al paciente aumentar su capacidad de insight y coger distancia sobre el conflicto.  Conversar sobre aquellas situaciones que le preocupan en un espacio distinto al habitual, ya es un inicio.

Existen técnicas que buscan el cambio de perspectiva sobre el conflicto. Una de ellas es la representación de una situación problemática por medio de figuras (animales por ejemplo).  Resulta muy interesante cuando reunimos a la pareja y cada miembro realiza la escenificación desde su propia visión.  Cada uno elige las personas que conforman el conflicto y las figuras que las representan.

En este primer paso, habitualmente, ya se observan diferencias en la pareja.  Posiblemente, elijan figuras distintas puesto que el significado que cada uno busca también lo es (Ej.: él elige un león para representar a la madre de su esposa; ella elige un delfín).

 

¿Cómo el terapeuta trabaja dicha “discordancia”?

Bien.  Que cada miembro elija representaciones distintas no es un problema, al contrario.  Cuando esto ocurre, aprovechamos para preguntar el porqué de las elecciones y animamos a compartirlos.

Es más, incluso, puede que uno elija a ciertas personas para representar el conflicto que, el otro, no considere que forman parte del problema (Ej.: “yo no considero que mi hermana tenga que estar en la escenificación”).

En este momento de “presentación de personajes”, ya suceden grandes cambios.  Quizás es la primera vez que, de un modo abierto y sincero, ambos hablan sobre cómo se sienten respecto a otros miembros de la familia y qué repercusión emocional tiene en su día a día.

 

¿Las escenificaciones que hace cada uno suelen ser distintas?

Sí.  Del mismo modo que los personajes que representan el conflicto habitualmente son distintos, la representación de la situación conflictiva también lo será.

Es asombroso como cada uno vive la escenificación del otro: sorpresa, incredulidad, tristeza, duda, etc.  Sean cuales sean las emociones que despierta la técnica, las aprovechamos para realizar un ejercicio de empatía mutuo y poner en común aquellos puntos tabú que, hasta el momento, no se habían hablado.

Por otro lado, la realización del ejercicio ayuda a organizar individualmente la visión del conflicto y ordenar emociones y pensamientos que habían quedado enterrados.  Cuando uno permite que aparezca este orden, también encuentra muchas respuestas a su malestar.

 

¿Y cómo pueden detectarse diferencias con el pasado?

El propio análisis del conflicto llega a cuestiones del tipo: “¿esto siempre ha sido así?”, “¿cómo era antes?”, y anima a realizar una representación pasada del sistema familiar (por ejemplo, 5 años atrás) para observar las diferencias en el tiempo y ayudar a la pareja a percatarse de los cambios (este también es un ejercicio común en terapia).

Muchas veces, estar inmersos en la rutina del conflicto no nos permite recordar cómo era nuestra vida antes.  Este es uno de los momentos más reveladores de la terapia.  Quizás cosas hayan cambiado, quizás no sea posible retomar ciertos aspectos y dinámicas que quedaron atrás, pero cada uno puede sentir la libertad de expresar cómo desea, de un modo realista, que las cosas sean en el aquí y ahora.

 

¿Y cuál es el siguiente paso?

El pacto y el compromiso.  Tras analizar la visión actual del problema y los cambios conductuales y emocionales vividos con el paso del tiempo, la pareja decide qué desea hacer en la actualidad (nuevamente, insistimos en decisiones realistas) y, en sesión, pactamos pequeños pasos que nos conduzcan al objetivo.

Llegados a este punto sucede algo muy curioso: la melancolía de aquello que hemos sido sumada a la ilusión por lo que queremos seguir siendo, se fusionan.  El resultado es un equilibrio entre aquello que no puede cambiar y aquello que estamos deseando construir.

La vida son etapas, las crisis pueden ser una más.

Muchas gracias Mª Teresa.

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